domingo, 12 de diciembre de 2010

Piratas

El Índico, un océano lleno de sorpresas
El golfo de Bengala

En el atardecer del tres de Enero, tras realizar las formalidades de salida, Capitanía, Aduanas e Inmigración, zarpamos hacia el Océano Indico.
Las aguas del estrecho de Malacca son turbias también en su parte Norte, aunque no tanto como en el centro del Estrecho de Malaca donde el agua no tiene casi renovación pero sí recibe todo el aporte de limo en suspensión de los ríos de la península malaya y la isla de Sumatra.
El tráfico de buques a la salida del Estrecho era intensísimo por lo que durante varios días tuvimos que vigilar constantemente.

Al acercarnos a las islas Nicobar (pertenecientes a la India), los pesqueros se acercaban a curiosear el JoTaKe, con una curiosidad de mico, como lo hacían los malayos cuando la tripulación volvía con bolsas de hacer compras. Su natural curiosidad es irresistible e inspeccionaban ocularmente todo cuanto uno lleva. Lo mismo pasaba en los restaurantes donde sin ningún tipo de disimulo, se diría que descaradamente, los transeúntes se quedaban mirando, examinando lo que uno estaba comiendo. En un principio esa especie de falta de privacidad nos resultaba embarazoso pero cuando nos acostumbramos decíamos que daba ganas de invitarlos a comer.
El monzón parecía estabilizarse y el JoTaKe ya navegaba en aguas del Océano Indico.

Así era una noche de guardia.
- El viento ha rolado en la guardia de Mayi, y hemos salido a cambiar las velas, así que ahora vamos con mayor, mesana, génova y foque, y va bastante bien.
A mí me ha pasado la guardia Zigor. No me ha dado ninguna novedad; todo va impecable, “no hace falta que trabaje ni Txotxua (el piloto automático), va sólo”, me ha dicho.
Me siento al timón. El velero va a rumbo en la noche tranquila y estrellada.
Miro el compás y veo que va a buen rumbo. Entonces tomo una estrella para orientación. Esta vez es un grupo, es la constelación de Orión, o de las Tres Marías.
Está justo delante del casco de estribor, delante de mí. La mar está tranquila, bastante raro, con ola de un metro, y el viento del ENE (Este Nordeste).
Tomo también otra como referencia pues las nubes las tapan de vez en cuando dejándome ciego, sin referencia de rumbo. Esa nueva no se cómo se llama. Espero que no se tapen las dos a la vez. Si no, a mirar otra vez el compás, que no cuesta nada, pero es como un juego, como un desafío.
De vez en cuando miro hacia atrás para ver si viene algún barco o llega algún chubasco a traición, por la espalda porque llegan a menudo.
He visto un resplandor en el horizonte, por popa. Parece un barco lejano.
Al rato he vuelto a mirar, y no, no es un barco, ¡jo que tonto! es Júpiter que nace el horizonte, como todos los días.
Es luna nueva. Está todo muy oscuro, no, es una luz difusa, polarizada, es la luz de las estrellas.

Oigo un fuerte golpeteo sobre cubierta, justo al lado mío. Agarro la linterna y enfoco: es un pez volador, del tamaño de una sardina grande, que se debate sobre cubierta, tratando de volar, nadar, o lo que sea, con tal de volver a encontrar el agua, pero nada, todos sus esfuerzos son en vano, ya que el cintón de cubierta se lo impide.
Un vistazo a las estrellas que me guían, y bajo del alto asiento desde donde gobierno el velero. El pez volador se debate fuertemente y es difícil agarrarlo.... sin mancharse ya que después deja un fortísimo olor a pescado en las manos. Consigo agarrarlo por una de sus largas alas que casi le llegan hasta la cola, y lo tiro al agua. Me imagino la alegría que se habrá llevado al encontrarse de nuevo en el agua. Después, hay que lavarse las manos; atufan a pez volador. ¿Por qué será que en la mar todos los olores se vuelven más intensos?
Tardará en amanecer, en el horizonte, por popa, hay una enorme barra negra de nubes. Espero que no sea nada serio. A lo más un chubasco con viento fuerte.
! Vaya, se han tapado las estrellas que me guían, las dos; vuelta al compás... bueno todo va impecablemente bien. Hace dos días le puse un díodo LED rojo para iluminar la esfera, ya que la luz anterior murió de muerte natural, de vieja. El color rojo es para que no deslumbre y el ojo siga adaptado a la oscuridad. Alumbra muy bien, aunque no estaba muy seguro de qué valor era la resistencia que tenía que ponerle para que no se fundiera... pero funciona.

!Ffú, ffú, ffú! vaya tenemos visita; no los veo pero los resoplidos de la respiración se oyen con claridad; es un grupo de delfines que en plena oscuridad se han acercado al velero a curiosear. No necesitan los ojos para ver. Con su radar de ultrasonidos ven tan bien como nosotros de día. ¡No todos los días deben de pasar veleros por aquí! En la total oscuridad de la noche me han acompañado durante unos cinco minutos y después han desaparecido.
El negro nubarrón que se veía por popa ya está encima, bueno a la par, por el costado de babor. Trae fuerte viento, esperemos que no demasiado. La lluvia la está descargando bastante lejos.

Bueno, Orión se ha hundido por proa. A mi espalda sigue levantándose Júpiter y el negro del cielo se va transformando insensiblemente en un gris cada vez más claro y las estrellas se van poco a poco borrando en la negra pizarra del firmamento, según su brillo, como si se les fueran agotando las baterías.
La última en desaparecer es Sirio, muy potente, muy brillante, que se va difuminando cuando todavía tiene unos veinte grados sobre el horizonte, hacia el Oeste, a proa.

Bueno, hoy tampoco hemos chocado contra nada durante la noche. Ayer, de día, pasamos junto a una gran balsa-piragua, construida con cañas de bambú, que iba a la deriva. Parece que por esta zona no hay troncos a la deriva como en Papúa o en Borneo. ¡Menos mal! Estos días nos hemos cruzado con varios juncos chinos a motor. ¡Qué cosas más raras! Parecen cualquier cosa menos un barco de pesca. Parecen cajas de galletas, pero mal hechas. Las proas dan unos pantocazos horribles; por el centro, como que les faltara un pedazo, embarcan agua a toda la cubierta y en popa se levantan unos castillos enormes, cuadrados, que se menean en todos los sentidos.

Cuando aclare algo más pondré las líneas de pesca, a ver si cae algo.
A la luz del amanecer las nubes se van perfilando claramente. No hay ninguna amenazadora.
Estamos en el Golfo de Bengala; el viento primero refresca mi cara antes de entrar a empujar las velas. Este viento que viene de la India, ¿Cuántos sudores y lágrimas habrá enjuagado en su camino? ¿Cuántos cuerpos habrá acariciado? Porque en la India hay mucha gente, muchísima.
Mayi asoma la cabeza por la puerta de entrada: !Egunon aita! ¿zer moduz?
Aquí empieza otro día más en la mar, a bordo del JoTaKe. Bueno me voy a acostar, intentaré dormir un rato.-




Piratas al abordaje en el siglo XXl


Como si estas líneas hubieran sido una premonición al anochecer del siguiente día, chocamos contra algo flotante, sólido como un tronco, pero que no pudimos ver a pesar de movernos rápidamente para alumbrarlo e identificarlo.
Pero no terminaron ahí los percances de la noche. Durante la primera hora de guardia sobre las tres de la madrugada, observé las luces de un barco, por proa a babor, pero bastante lejos como para inquietarse. Las luces poco a poco se fueron haciendo grandes hasta que dejaron adivinar las formas de un gran pesquero.


Para evitar cualquier confusión comprobé que las luces de navegación funcionaban bien. El pesquero cambió de rumbo y se fue acercando tanto, que se puso navegando paralelo al JoTaKe a unos setenta metros, aunque en la oscuridad de la noche se hace muy difícil calcular las distancias. El pesquero enfocó sus proyectores hacia el velero, y comencé a recelar algo, ya que habiendo respondido con el proyector del velero, el junco chino, ya claramente visible bajo el proyector, comenzó a realizar extrañas maniobras. Lo llamé repetidas veces por radio pero nadie respondió.
Cambié entonces el rumbo en noventa grados y el junco cambió también de rumbo y corrió de nuevo a colocarse paralelamente a nosotros y enfocarnos con sus proyectores.
Desperté con voces de urgencia a la tripulación que se percató rápidamente de la situación. Sacamos las armas, desenfundamos los machetes y nos preparamos para lo peor.
El junco aceleró, dio una vuelta cerrada y se puso a escasos metros de la popa del velero en una maniobra que entendimos era un claro movimiento explícito para ponerse en situación ventajosa para el abordaje. Su tripulación compuesta de unos ocho hombres armados estaba ya preparada para el abordaje y preparando los cabos para amarrar su presa.
El potentísimo motor del junco rugió. Los motores de 37 CV del velero también, pero evidentemente nada había que hacer salvo vender caras nuestras vidas.
Siguieron cinco minutos interminables, de extrema tensión en los que, como el ratón ante las zarpas del gato iba estudiando o mejor, adivinando los movimientos de los felinos amarillos de ojos sesgados para esquivarlos.
Mientras, mi tripulación hacía teatro, uno se ponía un sombrero y asomaba por una ventana, mientras otro encendía la luz del camarote de proa, o salía por la escotilla y volvían a entrar por la puerta, y siempre cambiándose de ropa, mientras apuntaban con un marcador láser al puente del junco. En fin, todos los recursos imaginables en una situación de inminente riesgo de muerte.
El junco seguía acosando a su presa pero no se decidía a lanzar el zarpazo y asestar el golpe definitivo, hasta que decidió caer a estribor y alejarse unos cincuenta metros.
Con la adrenalina a flor de piel pasaron al menos otros diez minutos, mientras las tripulaciones de las dos embarcaciones se iban midiendo, hasta que un repentino y providencial golpe de viento lanzó al JoTaKe a unos trece nudos de velocidad. El junco chino fue quedándose poco a poco rezagado y viendo perdida su presa, volvió a caer a su estribor y se alejó definitivamente, bajo la incrédula mirada de la tripulación del velero que en todo momento temió el peor desenlace.
--¿Por qué no habrán disparado si nos doblan en número? ¡De buena nos hemos escapado!—dijimos en un susurro.



Todo esto sucedía a cuatrocientas cincuenta millas de la costa más cercana, Sry Lanka y otras tantas del estrecho de Malaca en aguas internacionales de la bahía de Bengala, en la mitad de recorrido entre Sumatra y Ceylán.
No tuvo tanta suerte el francés “Eudes D¨Aquitaine quien tuvo que esquivar el abordaje de un pesquero-pirata que vino a cerrarle el paso. El encuentro se saldó con el génova hecho jirones, el casco dañado en su lado estribor y con seis agujeros de una ráfaga de arma automática; pero al rozarse los cascos de las embarcaciones la botavara alcanzó, golpeó y lanzó al agua a tres de los seis piratas que estaban seguros de que iban a lograr parar el velero.
--¡OK pour ça, Claude!


Afortunadamente este tipo de percances no eran demasiado frecuentes hasta entonces y el JoTaKe siguió su rumbo hacia el Oeste, hacia Yemen para remontar el Mar Rojo

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